María del Valle Rioja trabajó entre 1963 y 1991 en La Merced, Manuel Lois, Infanta Elena y la clínica San Vicente, pero afirma que no presenció "ninguna maniobra rara"

04.04.2012 01:00

 

Una matrona dice "no haber visto" que se robaran bebés en Huelva

María del Valle Rioja trabajó entre 1963 y 1991 en La Merced, Manuel Lois, Infanta Elena y la clínica San Vicente, pero afirma que no presenció "ninguna maniobra rara"

RAQUEL RENDÓN / HUELVA | ACTUALIZADO 04.04.2012 - 01:00
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María del Valle Rioja, en una imagen reciente.

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María del Valle Rioja es una de esas matronas históricas de Huelva. Doña María, como la conocían todos, sabe bien cómo ha evolucionado la obstetricia en todos estos años. Está a punto de cumplir 84 años y ha pasado por casi todos los hospitales y clínicas privadas de la capital onubense. Se instruyó en la Cruz Roja de Sevilla, donde estudió para ATS en los años 50. "Quería ser anestesista, pero sólo había dos especialidades y yo quería tener una: fisioterapia u obstetricia", y se decantó por la última. 

Se marchó a estudiar a la clínica Santa Cristina de Madrid, donde permaneció cuatro años en régimen interno. Combinaba las clases teóricas con las prácticas "y los médicos tenían las mismas asignaturas que nosotros; las clases eran en el mismo hospital y teníamos relación con los médicos y con todo el personal". Se establecían turnos de trabajo y allí fue donde atendió el primer parto: "Más que nervios, tenía tensión, pero como estaban el médico al lado y otra matrona pendientes de que no se te fuera a caer el niño...; empezábamos con tactos para ir acostumbrándonos a la dilatación que tiene la señora, a la altura que tiene el feto y hacer un pronóstico del parto". 

Con la mejor nota y por oposición obtuvo una plaza en propiedad en el provincial de La Merced y regresó a Huelva. Allí trabajó un tiempo, hasta que tomó posesión de su plaza en el hospital Manuel Lois el 11 octubre de 1963. A diferencia de Santa Cristina, "vi que aquí estábamos solas las matronas, que al médico tocólogo sólo se le llamaba cuando hacía falta porque hacía la guardia en casa". Se topó de lleno con la realidad porque "te encontrabas sola en el servicio con tu compañera de turno". La unión entre las matronas era especial, "hacíamos guardias de 24 horas cada cuatro días, por lo que tuve unas compañeras que para mí eran como de la familia y lo siguen siendo". 

Doña María aprendió a ir amando la profesión poco a poco. Su asignatura favorita, dice, era la preparación al parto sin dolor, herencia del médico Aguirre de Cárcel, de la Santa Cristina de Madrid. De hecho, llegó a abrir un centro de educación maternal en el Paseo de Santa Fe pionero en la provincia. "Toda mujer que va a parir por primera vez tiene un miedo atroz y hacer que se relaje, que esté tranquila, era una labor muy bonita de psicología pura". 

Un decenio más tarde la cosa cambió. Fue el año en que se jerarquizó el servicio, "comenzamos a hacer turnos y había muchísima más gente: una matrona estaba en paritorio, otra en dilatación, otra en preparto". Fue la primera en poner en funcionamiento las incubadoras de Manuel Lois, que "estaban sin usarse: nació un prematuro, llamé al pediatra y sacamos al niño para adelante", afirma con orgullo. Luego vinieron el parto monitorizado y las cesáreas masivas, en algunos casos "porque se necesitaba y en otros por no cogerse los dedos". 

Garantiza que la mortandad de niños no era habitual en su turno: "Tengo que decir que en mi guardia, por ejemplo, de parto de matrona, no ha habido niños muertos como no sea que haya ingresado con el niño muerto", aunque sí "había muchas mujeres que ingresaban con la tensión por las nubes porque no se habían controlado el embarazo y entonces ahí pues había problemas, pero los niños no morían cada día". 

Lo más desagradable de su trabajo es dar la noticia a una madre de que el feto había muerto en su vientre. "A lo mejor al nacer estaban hasta macerados, ésos eran partos tristes". Con especial cariño recuerda a los quintillizos de Huelva, a los que hizo el seguimiento del embarazo pese a no presenciar el alumbramiento. 

Ella, como supervisora de obstetricia, realizaba las estadísticas desde los 70 en el Lois y asegura que 1981 "fue la reoca porque teníamos una media de 14 partos al día". Pasó después a trabajar en el Infanta Elena, donde le dieron la incapacidad absoluta por enfermedad profesional en 1991 "cuando cogí una infección en las uñas". Fue la última vez que estuvo en activo. 

Pese a su dilatada trayectoria en paritorio, asegura que "no he visto nunca, no tengo constancia, de que sea verdad lo que dicen que los niños desaparecían". Plantea para más inri la posibilidad de que sus familiares "los hayan dejado en los hospitales" voluntariamente y todo sea "una falacia", pero "no he visto ni que las madres hayan entregado a sus hijos, ni que el médico o las religiosas hayan vendido niños". Rioja dice que "no soy capaz de tener ni sospechas siquiera de nadie". En casi 30 años de profesión "no he visto ninguna maniobra rara. Las matronas estamos en paritorio: sale el niño, se le cogen las huellas, se le pone la pulserita, se le da a su madre y nosotros no sabemos más de él, es lo único que puedo decir de los niños robados". 

Niega también haber visto algo sospechoso en la clínica madrileña de Santa Cristina, porque "¿quién le va a quitar un niño a una madre?". La matrona sentencia que "no me puedo poner ni de lado de las madres ni de los médicos y de las religiosas porque no sé nada".